“Aga ajapóta aína”
Nuevamente iniciamos esta columna con una reflexión a partir de una descripción de algunos rasgos de nuestra idiosincrasia. Una vez leí, que no existen temperamentos buenos o malos, y que tampoco existen defectos como algo en si mismo, sino que estos, son nuestras virtudes, sin moderación, llevadas al extremo, desubicadas. Así, una persona detallista (virtud) puede volverse meticulosa perfeccionista insoportable (defecto), o una persona reflexiva, soñadora (virtud) puede llegar a ser ensimismada, súper pasiva, estancada (defecto), o, para cerrar con los ejemplos, una persona firme, intrépida, decidida (virtudes), puede convertirse, sin Cristo, y sin la obra del Espíritu Santo, en una persona atropellada e insolente.
Vemos entonces que los rasgos individuales (combinación de temperamentos) que nos hacen seres únicos y especiales, como los rasgos culturales, aquellos que nos hacen parecernos más en determinada región por lo que también se llama “herencia cultural”, no debieran ser en si mismos, malos o buenos, sino solamente eso, rasgos. Estos, por la gracia de Dios, deben ser optimizados, refinados y corregidos también.
El monseñor Saro Vera, agudo observador de nuestro pueblo paraguayo, opina que “nuestra gente sueña despierta y es perfeccionista empedernida. Hace las cosas provisoriamente y luego le sale lo provisorio para siempre. Hace poco porque su intención es hacer algo grande y digno. Y como puede hacer así porque sueña, se paraliza. Cuando se le insta demasiado, responde “Agante ajapóta aína” (ya lo haré en algún momento). Es que me falta esto y aquello.
Será entonces calculador en muchos aspectos de la vida y de las relaciones, pero nunca el tiempo ocupará sus cálculos. Nada piensa a largo plazo. Le resulta incomprensible un proyecto de largo plazo. A veces, ni siquiera considera el mismísimo mañana. Es muy capaz, de despilfarrar todo en un día lo que le hubiera servido por largo tiempo. Es inmediatista. Se despide diciendo “te veo mañana, si amanece”.
La vida entonces, se vuelve sin nada preestablecido, fluye según las circunstancias que se presentan, y considera que nada se puede hacer en espera de lo imprevisto, sino solo, seguir viviendo. Se vive al día. ¿Qué es el mañana? El mañana no existe, no constituye una realidad. Entonces, ¿para qué ocuparse de él? (Vera Saro. “Algunas antinomias del paraguayo”, El Diario Noticias, Asunción 28 de mayo de 1987).
No parece tan malo, hasta se puede considerar que se acerca más al consejo bíblico de que vivamos considerando que “basta a cada día su propio afán” (Mt.6:34) Sin embargo, la Palabra de Dios, también nos insta a considerar el mañana, el futuro, lo que viene, y a ser personas que aprendamos a calcular para emprender. "¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene lo que necesita para terminarla? No sea que después que haya puesto el fundamento, no pueda acabarla, y los que lo vean se burlen de él, diciendo: 'Este hombre empezó a edificar, y no pudo terminar” (Lc.14.28-30)
Vivamos el presente, soñemos con el mañana, y hagamos de nuestra “certeza de lo que se espera “(Heb. 11:1) una motivación para ser constructores de la iglesia, edificando vidas para la eternidad, dejando legados a nuestros hijos, y haciendo todo lo que podamos para administrar sabiamente los recursos que Dios pone a nuestro alcance.
No digamos “ya lo haré” cuando en verdad no pienso hacer nada, sino sentarme a esperar que circunstancias del futuro traigan tiempos y oportunidades mejores. Tampoco creamos que “alguien lo hará” eludiendo así nuestra responsabilidad personal, y nuestro privilegio de ser usados por Dios, para el crecimiento de su iglesia.
El desafío es claro. El momento es “ahora”. Ahora, es el tiempo. ¡Levántate, resplandece, que ha venido tu luz, y la gloria de Dios ha nacido sobre ti! (Isaías 60:1)
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